12 oct 2011

Miguelito


Un patán, un troglodita con las amistades equivocadas y solo dos neuronas más que un caracol. Tal vez por eso también era lindo, tierno, cariñoso. Cuando recién lo conoces da una impresión de indiferencia ante el mundo, de libertad e inasibilidad tanto temible como atractiva. Sientes que se abre un nuevo umbral desconocido, en el que la simplicidad parece burlarse de la común complejidad del día a día. Así, aún niño, aún centrado en sí mismo, llamó mi atención. No sé si por curiosidad o masoquismo, la historia comenzó. Al conocerlo un poco más, descubrí cosas que pensé no existían. Duramos muy poco, tal vez solo unos segundos, pero no hace falta toda una vida para conocer. Como sí hace falta a veces para olvidar.
Que no se me malentienda, no estoy enamorada de él. Nunca lo estuve, ni considero la posibilidad de volver a su lado; ya cumplimos nuestro tiempo juntos. Lo que me inspira a mencionarlo el día de hoy, casi 6 años después, es lo que representa. Esa forma de ser tan niño y vulnerable, pero a la vez tan fuerte y autosuficiente. El brillo en su mirada al sonreír, su caminar pausado y desafiante, su manera segura y casi casual de envolverme en sus brazos como un ave de rapiña haciéndome sentir tan pequeña y tan protegida a la vez.  Su transparencia al cantarle al mundo lo que va sintiendo. Porque Miguelito no habla, Miguelito canta, aunque nadie lo escuche.
Por eso el día de hoy lo quiero, por eso el día de hoy es mi amigo. Y por eso espero que algún día descubra en sí mismo eso que yo veo en él. Tiene algo que pocos poseen, aunque no creo que esté consciente de ello aún. Esa cualidad hace que pueda lograr todo lo que se proponga. Contrario a lo que yo solía decir, es un ganador. Me gusta creer que algún día lo veré feliz y en equilibrio, ya maduro y exitoso; con una sonrisa, junto a una gran chica, y su moto.

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