26 nov 2012

El reflejo de los tiempos


Cuando éramos niñas, los años se hacían eternos. Faltaba siempre demasiado para el próximo verano, para el próximo cumpleaños, para el regalo prometido. Los días pasaban lentos, y esos cuatro años que nos separaban estaban siempre presentes. No sé en qué momento empezaron a acortarse los años, cuándo empezaron a sortearse los veranos de dos en dos. Hoy los martes vienen seguidos de lunes, las semanas corren sin dejar huella, mientras los calendarios se deshojan como flores en otoño londinense. Y de pronto ya no nos separan cuatro años, y de pronto hace siete que no estás.  
Y dejamos de mirar hacia adelante esperando fiestas, cumpleaños, veranos; y empezamos a mirar hacia atrás, recordando esas fiestas, esos cumpleaños, esos veranos. Esa vela que soplamos en la torta, ¿qué deseo pedimos? ¿Se cumplió? Esa carrera que emprendimos en el patio, qué importante era ganar. Y dábamos la vida, dábamos el alma, en esos juegos; con qué pasión, como si supiéramos que el tiempo se acortaba. 
Hoy miramos hacia atrás, a veces queriendo volver, a veces culpando al pasado con un cierto alivio sórdido. ¿Recuerdas querer crecer? Querer tener dieciséis, ser  grande y usar vestidos lindos, salir a fiestas, tener novio. Pero no sentimos los dieciséis: estábamos mirando hacia adelante. Usamos vestidos sin mirarlos realmente, salimos a fiestas sin bailarlas de verdad, tuvimos novios sin perdernos en amor. Hace años ya de los dieciséis, y ahora miramos hacia atrás, como si de pensarlo tanto se pudiera cambiar algo. 
O a ratos miramos hacia adelante, planeando algo que nos emocione como esa búsqueda del tesoro, que nos regrese la adrenalina y la esperanza de que esto no es todo, que aún no alcanzamos la cima más alta que tenemos para alcanzar. Nos ilusionamos, volvemos a creer en magia y en finales felices y en ser esos grandes que siempre quisimos ser. Abrimos los ojos un instante, sólo para volver cada una a su definición mediocre de tiempo y acabar mirando nuevamente hacia el pasado con una ceja levantada reforzando que la vida real es así, pobre, gris, mediocre, feliz. Feliz solía significar algo distinto, feliz tenía pasión, en feliz estábamos juntas. Ahora feliz tiene un sueldo fijo. Prométeme que en diez años más ya no miramos hacia atrás ni hacia adelante, prométeme que en diez más sí nos habremos animado a vivir de verdad. Pero prométeme sobre todo que aún hay historias que escribir juntas.