Todos guardamos secretos; a veces adrede, a veces sin
querer. Un secreto puede ser un sentimiento, una emoción, un anhelo o una acción.
Un secreto puede generar una sonrisa traviesa al recordarlo, o puede generar
ansiedad y ganas de borrar ese recuerdo por completo. Sea cual fuere el caso, la
circunstancia o el resultado, un secreto es solo nuestro y de nadie más.
Estoy segura de que todos, todos y cada uno de nosotros, tenemos al menos uno
de cada tipo de secreto. Eso que sentiste cuando dijiste adiós, eso que
sentiste cuando lo viste con otra, eso que anhelaste cuando lo miraste sin que
se dé cuenta, eso que hiciste o que dejaste de hacer y no lo contaste a nadie.
Solo lo sabes tú, nadie más que tú.
En algunos casos tal vez lo sepa una
segunda persona, tal vez el secreto pertenece a ambos, y aunque ambos lo saben
y aunque ambos lo piensen de vez en cuando y de cuando en vez, no lo hablaron
nunca. En un mutuo y silencioso acuerdo, decidieron que sería un secreto. Puede
que signifique mucho, puede que no signifique nada, pero no es necesario
determinarlo, no es necesario hablarlo, ya que es un secreto.
Algunos secretos
te hacen sonreír, tienen cuota de lindura, tienen cuota de inocencia. Otros
secretos no son tan lindos: eso que pensaste, que sentiste, que anhelaste o que
hiciste; y que te hacen sentir una mala persona, que te generan culpa, que
dañaron a alguien. Esos secretos que quieres gritar al mundo a veces para
sentirte un poco mejor. Pero sabes que confesarlos no los borrarán, no traerán
nada bueno al ser expuestos, son solo tuyos y tienes tanto el derecho como el
deber de guardarlos, como consecuencia de tu actuar/sentir/pensar/anhelar.
Todos
guardamos secretos; a veces adrede, a veces sin querer. Si me quieres, no me
cuentes los tuyos. Aunque te lo pida.