Cuando
éramos niñas, los años se hacían eternos. Faltaba siempre demasiado para el
próximo verano, para el próximo cumpleaños, para el regalo prometido. Los días
pasaban lentos, y esos cuatro años que nos separaban estaban siempre presentes.
No sé en qué momento empezaron a acortarse los años, cuándo empezaron a sortearse
los veranos de dos en dos. Hoy los martes vienen seguidos de lunes, las semanas
corren sin dejar huella, mientras los calendarios se deshojan como flores en
otoño londinense. Y de pronto ya no nos separan cuatro años, y de pronto hace
siete que no estás.
Y dejamos de mirar
hacia adelante esperando fiestas, cumpleaños, veranos; y empezamos a mirar
hacia atrás, recordando esas fiestas, esos cumpleaños, esos veranos. Esa vela
que soplamos en la torta, ¿qué deseo pedimos? ¿Se cumplió? Esa carrera que
emprendimos en el patio, qué importante era ganar. Y dábamos la vida, dábamos
el alma, en esos juegos; con qué pasión, como si supiéramos que el tiempo se
acortaba.
Hoy miramos hacia atrás, a veces queriendo volver, a veces culpando
al pasado con un cierto alivio sórdido. ¿Recuerdas querer crecer? Querer tener dieciséis,
ser grande y usar vestidos lindos, salir
a fiestas, tener novio. Pero no sentimos los dieciséis: estábamos mirando hacia
adelante. Usamos vestidos sin mirarlos realmente, salimos a fiestas sin
bailarlas de verdad, tuvimos novios sin perdernos en amor. Hace años ya de los
dieciséis, y ahora miramos hacia atrás, como si de pensarlo tanto se pudiera
cambiar algo.
O a ratos miramos hacia adelante, planeando algo que nos emocione
como esa búsqueda del tesoro, que nos regrese la adrenalina y la esperanza de
que esto no es todo, que aún no alcanzamos la cima más alta que tenemos para
alcanzar. Nos ilusionamos, volvemos a creer en magia y en finales felices y en
ser esos grandes que siempre quisimos ser. Abrimos los ojos un instante, sólo
para volver cada una a su definición mediocre de tiempo y acabar mirando
nuevamente hacia el pasado con una ceja levantada reforzando que la vida real
es así, pobre, gris, mediocre, feliz. Feliz solía significar algo distinto,
feliz tenía pasión, en feliz estábamos juntas. Ahora feliz tiene un sueldo
fijo. Prométeme que en diez años más ya no miramos hacia atrás ni hacia
adelante, prométeme que en diez más sí nos habremos animado a vivir de verdad.
Pero prométeme sobre todo que aún hay historias que escribir juntas.